jueves, 13 de octubre de 2011

domingo, 9 de octubre de 2011

Thun

Sentada aquí contigo, este bar en el que no he estado nunca se convierte en un lugar común, y no entender al camarero y hacer el ridículo pidiendo un café cortado con gestos, merece la pena solo por verte reír.
Si tú me lo pidieses no sería difícil abandonar a mis pocos amigos, mi habitación, mis costumbres y las calles familiares, para venir a este territorio que es neutral en la historia del mundo, y aprender una lengua que nos es ajena a ti y a mí.
Si de esta casualidad que nos ha traído a sentarnos frente a frente, provocásemos el accidente que nos hiciese compartir lo que nos queda de vida, los dos  olvidaríamos cuantas veces nos han hecho daño y lo mal que nos han ido las cosas. Comprenderíamos que  los amores perdidos han sido el  camino necesario para llegar hasta nosotros, a este momento, en este lugar.
Si me propusieses empezar contigo no tendría miedo al duro invierno de este país, porque al alcance de mi mano, en cualquier momento, estaría el calor de tu cuerpo, y si pudiese encontrar todos los días, antes de acostarme, esa mirada con la que ahora me observas, no volvería a echar  de menos el mar.
Me gusta que esta ciudad nos invite a fantasear con la idea de querernos,  y caminando por sus calles a oscuras pienso que en el fondo es una suerte que ninguno de los dos seamos de aquí, y que mañana cojas ese avión de vuelta a tu casa,  y no tengamos tiempo para decepcionarnos.
Si no hubieses llegado aquí con pasaporte podríamos  darnos cuenta de  que en realidad no tenemos demasiado que compartir. Quizás descubriría que no eres tan distinto de los otros, que los días de diario no te muestras tan cariñoso, o que tu sonrisa pierde su encanto a plena luz del sol. Tu repararías en que mis ojos no te gustan tanto  sin la línea negra sobre el párpado, y que no se trata del  idioma, si no de que no soy tan simpática y lista como crees. Si te quedases conmigo estoy segura de que al  tercer lunes ya estarías cansado de mí.
Pero en el aquí y ahora sabemos el uno del otro solo lo necesario para  que la primera luna de octubre  nos empuje a idealizarnos. Porque es mejor pensar que la soledad que nos espera es causa del destino y no culpa nuestra.
Así que esta noche la realidad se queda en el equipaje; yo soy la mujer de tus sueños y tú el amor de mi vida. Y solo por ti voy a romper  ese luto que desde hace meses no ha dejado que nadie se acerque a mi.
En el puente del mercado te paras  y me abrazas,  me pides que vaya despacio, que no tenga prisa, porque necesitas que este paseo no se acabe  y que hay muchas cosas que quieres saber de mi.
Y yo levanto la vista y te digo que no, que no podemos perder el tiempo, porque la vida nos ha dado solo una noche, y yo lo que quiero, es que me lleves cuanto antes a tu hotel.

miércoles, 5 de octubre de 2011

5 de octubre, fe de erratas.

(“El futuro no es una página en blanco, es una fe de erratas.” M. Benedetti).


Nunca fui capaz de verme más allá de los 27. Cuando me preguntaban  cómo creía que sería mi futuro mi imaginación llegaba justo hasta ese punto. Después, el más absoluto de los vacíos.
Es la edad a la que fallecen los grandes músicos, esos a los que todo el mundo idolatra y recuerda. De algún modo era como si yo, al  carecer de su talento, su popularidad y su vida llena de excesos (porque yo siempre fui la típica chica buena que nunca se salía de lo correcto) sólo pudiese aspirar a una muerte precoz para que la gente me recordase.
Uniendo esta creencia obsesiva de que mi vida iba a ser mas bien corta el hecho de que mi cumpleaños normalmente ha sido un día bastante decepcionante, es lógico que desde bien jovencita cumplir años no me hiciese ninguna gracia y resultase bastante angustioso.
Siempre he pensado que las felicitaciones que recibes ese día son algo así como un baremo de lo que  le importas a la gente, y mi cumpleaños suele ser un compencio de ausencias, malas jugadas y un gran listado de personas que me han olvidado.
Hace años, para evitarme que en esa fecha me diesen las doce de la noche con un año más y un gran agujero en el estomago inventé una teoría; si conseguía que el día de mi cumpleaños pasase desapercibido sobre el calendario, si podía esquivar todas las felicitaciones, no celebrarlo, y fingía que ese día no existía  o que era cualquier otro para mi, entonces ese año no lo cumplia, y conseguia de ese modo ganarle la batalla al tiempo retrasando el inevitable hecho de mi prematura muerte.
Desde entonces cada cinco de octubre intento desaparecer del mapa; no leo el correo, evito el móvil o lo desconecto para no saber cuando llega un mensaje. Me pido el día libre en el trabajo,  e intento estar, a solas conmigo misma disfrutando en exclusiva de algún regalo que me he hecho. La mayoría encuentran esto raro, y no voy a negar que lo es, pero así consigo que hasta el día siguiente, (en el que vuelvo al mundo, y leo el correo, los mensajes, y se quien me ha llamado,) no me pongo triste al ver que han faltado tantas personas para las que creía que era importante, y me convenzo a mi misma de que si no lo han hecho es porque realmente no he cumplido años.
Lo que empezó como una estrategia estupida contra la tristeza, ha adquirido con el paso de los años dimensiones de ritual, y a estas alturas creo que en cierto modo si que ha funcionado. No solo porque he rebasado la temida barrera de los 27, si no también porque la gente siempre me echa muchos menos años de los que tengo y se llevan las manos a la cabeza cuando se enteran de mi verdadera edad, y en cierto modo  vivo de acuerdo a la edad que aparento.
No es que me siga llendo de botellón y esté en una perpetua adolescencia como esas personas que se agarran a una junventud que ya se ha ido y a las que todos señalan diciendo “mira que ridiculo, menudo síndorme de Petar Pan”
Es solo que he visto como mis amigos iban encauzando sus caminos, cambiando y adaptándose a las circunstancias, y en algún momento del trayecto yo no pude seguirles y dejé de encajar.
No fue algo elegido, sino que mis circunstancias personales, laborales, relacionales y sociales me han obligado a quedarme ahí. Mis sueños y metas, llegaban exactamente hasta los 27, despues  no fui capaz de planificar  nada, y cuando sobrepasé esa edad, no sólo me quedé perdida si no que me di cuenta de que mi vida no se parecía en nada a la que yo había imaginado.
Durante mucho tiempo ese estancamiento, el sentir  me estaba quedando atrás, y que no evolucionaba, me produjo una sensación de ahogo con la que a duras penas podía convivir. Cuando alguien me decía; “No te preocupes, ya llegará tu momento y algún día tendrás lo que todos” lejos de consolarme me hacían ver que esa era la única opción válida para sentirse realizado, porque estaba establecido que a determinada edad eso era lo que tenías que alcanzar.
Si pienso en las personas que conocí y entraron a formar parte de mi círculo de amigos en el último año, me doy cuenta de que ninguno sobrepasaba  los 22 años. Mis inquietudes, mis aficiones y los lugares por los que me movía provocaron que fueran ellos, y no otros de mi quinta, los que terminasen a mi lado. Lo curiso es que  en ningún momento la diferencia de edad me hizo sentirme fuera de lugar.
Descubrí que me siento mejor poniendo bote para improvisar una cena que buscando una hipoteca, que soy más feliz apelotonada alrededor de una pantalla de ordenador portátil para ver una película que a mis anchas frente a un televisor de plasma, que aún me gusta dormir en un sofá o sobre la alfombra y viajar con mochila, que me puedo quedar una noche de sábado despierta en la terraza de casa preparando el guión de un corto que nunca se rodará con un amigo, y no necesito irme a dormir si cuando lo terminamos está próxima la salida del sol y se nos ocurre que sería bonito celebrar lo bien que nos ha quedado viendolo con un café, que prefiero un piso compartido donde apenas hay cazuelas y los escasos muebles están reciclados que ir de compras al Ikea. Que me gustan más las personas con la cabeza a pájaros que creen que aún hay tiempo para todo que las que creen que saben lo que van a hacer el resto de su vida. Que sigo siendo de esas que cuando las cosas van mal siempre saca tiempo para tomarse una caña aunque no solucione nada, que no de las que dicen que  “yo, para cuando me necesites” pero que luego siempre están demasiado ocupadas para una llamada.
Dejé de sentirme mal por quedarme atrás. Resultó que para encajar o no el problema no es la edad, si no la  manera de entender la vida.
Mi último amante era diez años más joven que yo. Su situación personal le había obligado a madurar demasiado deprisa, y entender ciertas verdades absolutas sobre la vida que la mayoría de la gente no descubre hasta que ya ha acumulado demasiada experiencia.  Sin embargo aún tenía en la mirada ese brillo propio de los 20 y la ilusión por comerse el mundo y  mejorar las cosas.
Quería ser escritor, y no lo decía de boquilla para hacerse el interesante. Realmente quería hacer algo bello y se dejaba el pellego en ello con un fervor que a mi sobrepasaba. Le quitaba horas al sueño para leer o escribir y bastaba que me fuese un momento al baño para cuando volvía encontrarmelo anotando en un cuaderno.
Fue esa pasión trabajando por su sueño, y que yo creía perdida en mi, lo que me encandiló. Nigún otro me ha hecho  sentir que yo valía tanto. En nuestra primera semana juntos me dio más haciendome ver todo lo que yo tenía para ofrecer al mundo que todos los hombres que había conocido hasta entonces juntos hablandome de estabilidad y futuro.
El día que tuvimos que despedirnos con el corazón en la boca me dijo que me recordaría siempre, incluso en la vejez. En aquel momento, cuando le escuché, pensé  que le quedaba tanto por descubrir, hacer y experimentar en esta vida, que apenas pusiese los pies en su casa al otro lado del charco yo me quedaría  como  una sombra en el recuerdo de su breve estancia en España que se disiparía sin remedio con los años, pero dejándome llevar por una escena que estaba a caballo entre el romanticismo dramático y la patética cursilería  le respondí que yo también me acordaría de él siempre, cuando fuese muy  vieja y  aunque heredase el alzheimer de mi abuela paterna.
Entonces me miró fijamente y me dió una de esas contestaciones tan suyas  que a mi me dejaban clavada en el sitio; “Eso es imposible, tu nunca vas a envejecer”.
Lo dijo con tanta seguridad y firmeza que no quedó lugar para la duda y así lo creí.
Desde entonces ya no me importa que mi vida no se ajuste a los cánones estipulados y me dan igual mis supuestos fracasos,  cada año que he vivido más allá de los 27 es un regalo no esperado y al  haber sobrepasado esa frontera yo ya he triunfado.Tampoco me importa que de ahora en adelante algunas personas se olviden de mi.
Quien sabe, quizás algún día cuando  me crea sin tiempo, pierda la capacidad de asombro y deje de ilusionarme con las cosas más tontas, me caigan todos los años que he esquivado de golpe sobre el alma y entonces me entre una necesidad urgente de ajustarme al criterio estipulado y ser la chica más admirada  del baile.
Hoy que acabo de descumplir los 31, escucho un nuevo pájaro en la cabeza.