viernes, 30 de diciembre de 2011

Fe de fracaso

                       (“Y aunque no siempre he entendido, mis dudas y mis fracasos…” M .Benedetti)

Antes de las vacaciones de Navidad, terminé mi curso de relato con una anotación entusiasta de mi profesor en uno de mis cuentos animándome a tomarme la escritura en serio, tratar de moverme en círculos profesionales y dejarme oír siempre que pudiese. Escribir, escribir y escribir…
Como nadie ajeno a mi entorno próximo me había apoyado en esta faceta hasta entonces, le contesté con un email de agradecimiento diciendo que efectivamente lo intentaría porque había llegado a la conclusión de que prefería ser una escritora fracasada que frustrada.
Desde entonces mi frenética actividad literaria se bloqueó y he sido incapaz de escribir una sola línea. Se han quedado en el aire varios poemas, un par de relatos dedicados a personas que cumplían años, los especiales de Navidad del blog y un manuscrito al que a penas le falta algún retoque para finalizarlo.
Llevo días tratando de descubrir a que viene esta repentina falta de creatividad, y ya de paso, mi pánico a leer en público y mi recelo a mostrar a otros lo que escribo.
Anoche, por culpa de la proximidad de la noche vieja, no pude evitar dar durante seis horas vueltas en la cama haciendo balance del año, y sin querer encontré la respuesta; Mentí en aquel correo.
Siempre que me han dicho que era buena en algo he fracasado. Cada vez que me han reconocido como  profesional me he quedado sin trabajo, los chicos que no escatimaron en palabras asegurando que no  hay nadie mejor  que yo se han enamorado de otras, los amigos que dijeron que me necesitaban no han tardado en darse cuenta de que  en su vida apenas encajaba de refilón.
Sea cual sea el ámbito de mi vida que examine no hay más que malos resultados. Cuando he puesto toda la carne en el asador y me he volcado con algo o alguien he salido con quemaduras de tercer grado.
Con cada fracaso viene de regalo una  decepción que me cae como plomo sobre los hombros. Hace tiempo que no me gusta mi vida; no me gusta lo que soy, como soy ni lo que veo en el espejo. Y cada intento por cambiar esto se ha resuelto con una caída o un golpe que añade más peso a la espalda. Cada vez quedan menos razones y es más duro levantarse.
Mi falta de fe en el mundo alcanza dimensiones inimaginables. No creo que trabajando duro al final se obtenga  recompensa, ni que siendo buena persona te traten bien. No creo que la vida dé a cada uno lo que se merece, ni que el tiempo nos ponga en nuestro lugar. No creo en cosas tan básicas como la justicia, el amor en cualquiera de sus formas, o en los amigos. No creo en mí, ni en lo que hago.
Tengo pleno convencimiento de que la pasión que levantan mis escritos es algo pasajero, y que pronto será molesto perder el tiempo leyéndolos. No hay día en que no me arrepienta de haber mostrado aquel primer texto.
Puede que no sea políticamente correcto pero admito que detesto que mi única virtud sea algo tan poco práctico y loable como cierta facilidad para trasmitir a través de los grafemas sensaciones que a los demás se les escurren entre los dedos. Detesto el polvo que esto levanta, los enemigos que me crea y los muertos que no entierra.
Lo cambiaría sin dudar por cualquier otra habilidad que me permitiese tener una vida más segura, por otra nariz o una talla más de pecho que me ayudasen a tener más éxito, o por una personalidad menos esquizoide y más estable para que mi teléfono sonase con mayor frecuencia.
Hay emociones que me gustaría no haber tatuado sobre el papel porque esperaba poder llorarlas sobre el regazo de alguien   mientras me rascaba  la nuca.
Pienso que escribir me resulta inútil y estúpido, pero tengo que reconocer que ha sido el único clavo ardiendo al que he podido agarrarme pasase lo que pasase, y que ha permanecido inalterable al cabo de los años a pesar de los trabajos, los desengaños amorosos y los amigos perdidos.
No sé si estoy preparada para  tender ante los demás el alma y las vísceras, y soportar fracasar también en esto. Me revientan  las cuencas de los ojos con la idea de convertir en polvo lo único con lo que aún no me he decepcionado.



martes, 13 de diciembre de 2011

La ley del silión

Todo hombre que me besa, en  un plazo estimado que va desde los dos días a un año, se enamorará  irremediablemente, como nunca antes se ha enamorado. Claro que siempre será de otra que no soy yo.

(Teoría avalada estadísticamente. Realizando un seguimiento de un 78 por ciento de  sujetos besados, un cien por cien de los mismos confirman el enunciado)

domingo, 11 de diciembre de 2011

Principio de incertidumbre

No he encontrado abismo más extenso que la incertidumbre…
Ni refugio más seguro frente a ella que tu cuello.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Para una vieja musa.

Ahora te das cuenta de que una vez fuiste alguien
tan sólo porque yo te quise.
Porque me aprendí tu saliva y el mapa de carreteras
que dibujaban tus venas,
porque puse en el suelo los pies y las manos
cuando tú me lo pediste,
porque creé un universo tomando como origen
la raíz de tus gestos.
Vuelves ahora,
pidiendo ser de nuevo la razón de mi desvelo,
que antes y después de mi el amor
sólo es una sucesión de tópicos y frases hechas,
de marcas sobre el calendario y escenas diseñadas.
Tú que te burlaste de cada una de mis palabras
escritas con el índice sobre el lienzo de tu espalda
o el vaho de los espejos,
cuando mi obra sólo se editaba en el correo,
 o el reverso de un recibo del banco.
Y yo te observo con el filtro en la memoria de otro amante,
uno que supo leer la poesía
que se me enredaba en la garganta,
que se llenó los bolsillos y la boca
con el mundo que mi voz le regalaba.
Entonces en el recuerdo apenas un esbozo de nosotros,
Y yo te digo que no,
Que ahora ya, no me inspiras nada.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Si me invitas a un trago

Creí que tu perfil encajaría
con la sombra que tengo guardada bajo la almohada
(aunque  tus ojos vengan del cielo sobre el hielo del sur
y los suyos de la hierba en el  norte del mismo continente)
Quizás me confundió la luz tenue de la escena,
y el olor de unos acordes,
y ahora me veo arrinconada en la pared
con las manos en los bolsillos
y tú que caes hacia mi risa,
sin saber que es lo correcto o lo que quiero,
sin poder detenerte para darme un momento
y pedirme otra copa que me hunda del todo
en tu encanto y el deseo.
Aunque los dos sabemos
que  no irás mas allá de mi piel y la nostalgia,
no se si es justo que te arrastre a mi cama
con el golpe de un guiño,
y la complicidad de los bares y la madrugada.
Pero esta noche me daré  por vencida
y dejaré que me toques despacio
si me invitas a un trago,
que me lleves a tus dudas y a tus sueños llenos de pájaros
si no tienes prisa y me acompañas a casa,
si no haces preguntas ni me prometes para mañana,
si me apartas el miedo y olvidas mi cumpleaños,
si me enredas el pelo y me ensucias la boca,
si no te asustas ni sales  corriendo
cuando en el próximo embiste  te muerda el pulgar.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Bajo los cristos de latón

(A mi abuela Basilia. R.I.P.)

En las botas llevo el barro del camino hacia tu nada,
a este jardín sin primavera
de flores secas y cristos de latón.

En la memoria el brillo nacarado de tus uñas
las lamparillas  del último septiembre,
el pan con aceite al fuego
y la cántara de leche de mi niñez.

Sobre ti cae el polvo de otros muertos,
las suelas de sus zapatos,
el peso de una losa que llevará tu nombre
y la fecha de hoy.

Yo tengo la calma, la compostura,
el aplomo para ser el hombro de todos
si aprieto los dientes
tras el acero de tu medallón.

No me consuela  la lluvia;
ese tópico tan apropiado para el  drama.
Lo que quiero es recordar como se llora,
sembar de sal  y rabia este barbecho.

Y regresar luego a la calma de  tu casa…
            prender la lumbre…
                  poner sobre la mesa el hule…
                                            y preparar  café.

martes, 1 de noviembre de 2011

El nombre de las cosas

Me inventado el nombre de las cosas. He rebautizado el mundo por ti.
En la ciudad los edificios históricos han perdido su identidad para que yo trazara mi propio mapa donde todo hace referencia a nosotros; esta es la plaza donde quedábamos,  en esta  esquina siempre nos encontrábamos, en este edificio estudiabas y en el pórtico de esta iglesia me esperabas los lunes a que saliera de mi clase.
Los viernes por la noche me cito en el bar donde nos conocimos o en la calle donde me besaste por primera vez, y las horas se me pasan esperando a unos amigos que no saben a donde acudir.
Nadie entiende a que me refiero cuando en la barra pido  las tapas que te gustan. En el restaurante donde me invitaste a cenar quiero  tu plato favorito, el vino con el que celebramos habernos encontrado y el postre que nos tomamos a medias, pero el camarero me mira con cara extraña y me dice que  mejor  me ciña a lo que hay en el  menú.
De vuelta a casa el taxista comenta que en el GPS no figura como dirección tu cama, y que otra vez voy a desayunar sin ti. Regreso silbando la canción que me tarareabas por la avenida en la que me llevabas del brazo, sin que me acompañe cualquiera que no es tú, y la habitación donde nos desnudábamos se vuelve entonces, a secas,  mi cuarto.
Piensan que estoy loca cuando digo que voy a cocinar en nuestro salón de baile.En la biblioteca no saben que darme cuando busco el último libro que has leído o un ejemplar de tu poeta de cabecera, y nadie más ha visto las películas, o  no reconocen el título, del cine que compartimos tú y yo.
En las tardes de otoño la hojas se vuelven del color de tu iris y en la perfumería no saben que hacer cuando les pido una muestra de tu olor.
Ya nadie me entiende cuando hablo… por tu culpa me estoy quedando sin amigos.

jueves, 13 de octubre de 2011

domingo, 9 de octubre de 2011

Thun

Sentada aquí contigo, este bar en el que no he estado nunca se convierte en un lugar común, y no entender al camarero y hacer el ridículo pidiendo un café cortado con gestos, merece la pena solo por verte reír.
Si tú me lo pidieses no sería difícil abandonar a mis pocos amigos, mi habitación, mis costumbres y las calles familiares, para venir a este territorio que es neutral en la historia del mundo, y aprender una lengua que nos es ajena a ti y a mí.
Si de esta casualidad que nos ha traído a sentarnos frente a frente, provocásemos el accidente que nos hiciese compartir lo que nos queda de vida, los dos  olvidaríamos cuantas veces nos han hecho daño y lo mal que nos han ido las cosas. Comprenderíamos que  los amores perdidos han sido el  camino necesario para llegar hasta nosotros, a este momento, en este lugar.
Si me propusieses empezar contigo no tendría miedo al duro invierno de este país, porque al alcance de mi mano, en cualquier momento, estaría el calor de tu cuerpo, y si pudiese encontrar todos los días, antes de acostarme, esa mirada con la que ahora me observas, no volvería a echar  de menos el mar.
Me gusta que esta ciudad nos invite a fantasear con la idea de querernos,  y caminando por sus calles a oscuras pienso que en el fondo es una suerte que ninguno de los dos seamos de aquí, y que mañana cojas ese avión de vuelta a tu casa,  y no tengamos tiempo para decepcionarnos.
Si no hubieses llegado aquí con pasaporte podríamos  darnos cuenta de  que en realidad no tenemos demasiado que compartir. Quizás descubriría que no eres tan distinto de los otros, que los días de diario no te muestras tan cariñoso, o que tu sonrisa pierde su encanto a plena luz del sol. Tu repararías en que mis ojos no te gustan tanto  sin la línea negra sobre el párpado, y que no se trata del  idioma, si no de que no soy tan simpática y lista como crees. Si te quedases conmigo estoy segura de que al  tercer lunes ya estarías cansado de mí.
Pero en el aquí y ahora sabemos el uno del otro solo lo necesario para  que la primera luna de octubre  nos empuje a idealizarnos. Porque es mejor pensar que la soledad que nos espera es causa del destino y no culpa nuestra.
Así que esta noche la realidad se queda en el equipaje; yo soy la mujer de tus sueños y tú el amor de mi vida. Y solo por ti voy a romper  ese luto que desde hace meses no ha dejado que nadie se acerque a mi.
En el puente del mercado te paras  y me abrazas,  me pides que vaya despacio, que no tenga prisa, porque necesitas que este paseo no se acabe  y que hay muchas cosas que quieres saber de mi.
Y yo levanto la vista y te digo que no, que no podemos perder el tiempo, porque la vida nos ha dado solo una noche, y yo lo que quiero, es que me lleves cuanto antes a tu hotel.

miércoles, 5 de octubre de 2011

5 de octubre, fe de erratas.

(“El futuro no es una página en blanco, es una fe de erratas.” M. Benedetti).


Nunca fui capaz de verme más allá de los 27. Cuando me preguntaban  cómo creía que sería mi futuro mi imaginación llegaba justo hasta ese punto. Después, el más absoluto de los vacíos.
Es la edad a la que fallecen los grandes músicos, esos a los que todo el mundo idolatra y recuerda. De algún modo era como si yo, al  carecer de su talento, su popularidad y su vida llena de excesos (porque yo siempre fui la típica chica buena que nunca se salía de lo correcto) sólo pudiese aspirar a una muerte precoz para que la gente me recordase.
Uniendo esta creencia obsesiva de que mi vida iba a ser mas bien corta el hecho de que mi cumpleaños normalmente ha sido un día bastante decepcionante, es lógico que desde bien jovencita cumplir años no me hiciese ninguna gracia y resultase bastante angustioso.
Siempre he pensado que las felicitaciones que recibes ese día son algo así como un baremo de lo que  le importas a la gente, y mi cumpleaños suele ser un compencio de ausencias, malas jugadas y un gran listado de personas que me han olvidado.
Hace años, para evitarme que en esa fecha me diesen las doce de la noche con un año más y un gran agujero en el estomago inventé una teoría; si conseguía que el día de mi cumpleaños pasase desapercibido sobre el calendario, si podía esquivar todas las felicitaciones, no celebrarlo, y fingía que ese día no existía  o que era cualquier otro para mi, entonces ese año no lo cumplia, y conseguia de ese modo ganarle la batalla al tiempo retrasando el inevitable hecho de mi prematura muerte.
Desde entonces cada cinco de octubre intento desaparecer del mapa; no leo el correo, evito el móvil o lo desconecto para no saber cuando llega un mensaje. Me pido el día libre en el trabajo,  e intento estar, a solas conmigo misma disfrutando en exclusiva de algún regalo que me he hecho. La mayoría encuentran esto raro, y no voy a negar que lo es, pero así consigo que hasta el día siguiente, (en el que vuelvo al mundo, y leo el correo, los mensajes, y se quien me ha llamado,) no me pongo triste al ver que han faltado tantas personas para las que creía que era importante, y me convenzo a mi misma de que si no lo han hecho es porque realmente no he cumplido años.
Lo que empezó como una estrategia estupida contra la tristeza, ha adquirido con el paso de los años dimensiones de ritual, y a estas alturas creo que en cierto modo si que ha funcionado. No solo porque he rebasado la temida barrera de los 27, si no también porque la gente siempre me echa muchos menos años de los que tengo y se llevan las manos a la cabeza cuando se enteran de mi verdadera edad, y en cierto modo  vivo de acuerdo a la edad que aparento.
No es que me siga llendo de botellón y esté en una perpetua adolescencia como esas personas que se agarran a una junventud que ya se ha ido y a las que todos señalan diciendo “mira que ridiculo, menudo síndorme de Petar Pan”
Es solo que he visto como mis amigos iban encauzando sus caminos, cambiando y adaptándose a las circunstancias, y en algún momento del trayecto yo no pude seguirles y dejé de encajar.
No fue algo elegido, sino que mis circunstancias personales, laborales, relacionales y sociales me han obligado a quedarme ahí. Mis sueños y metas, llegaban exactamente hasta los 27, despues  no fui capaz de planificar  nada, y cuando sobrepasé esa edad, no sólo me quedé perdida si no que me di cuenta de que mi vida no se parecía en nada a la que yo había imaginado.
Durante mucho tiempo ese estancamiento, el sentir  me estaba quedando atrás, y que no evolucionaba, me produjo una sensación de ahogo con la que a duras penas podía convivir. Cuando alguien me decía; “No te preocupes, ya llegará tu momento y algún día tendrás lo que todos” lejos de consolarme me hacían ver que esa era la única opción válida para sentirse realizado, porque estaba establecido que a determinada edad eso era lo que tenías que alcanzar.
Si pienso en las personas que conocí y entraron a formar parte de mi círculo de amigos en el último año, me doy cuenta de que ninguno sobrepasaba  los 22 años. Mis inquietudes, mis aficiones y los lugares por los que me movía provocaron que fueran ellos, y no otros de mi quinta, los que terminasen a mi lado. Lo curiso es que  en ningún momento la diferencia de edad me hizo sentirme fuera de lugar.
Descubrí que me siento mejor poniendo bote para improvisar una cena que buscando una hipoteca, que soy más feliz apelotonada alrededor de una pantalla de ordenador portátil para ver una película que a mis anchas frente a un televisor de plasma, que aún me gusta dormir en un sofá o sobre la alfombra y viajar con mochila, que me puedo quedar una noche de sábado despierta en la terraza de casa preparando el guión de un corto que nunca se rodará con un amigo, y no necesito irme a dormir si cuando lo terminamos está próxima la salida del sol y se nos ocurre que sería bonito celebrar lo bien que nos ha quedado viendolo con un café, que prefiero un piso compartido donde apenas hay cazuelas y los escasos muebles están reciclados que ir de compras al Ikea. Que me gustan más las personas con la cabeza a pájaros que creen que aún hay tiempo para todo que las que creen que saben lo que van a hacer el resto de su vida. Que sigo siendo de esas que cuando las cosas van mal siempre saca tiempo para tomarse una caña aunque no solucione nada, que no de las que dicen que  “yo, para cuando me necesites” pero que luego siempre están demasiado ocupadas para una llamada.
Dejé de sentirme mal por quedarme atrás. Resultó que para encajar o no el problema no es la edad, si no la  manera de entender la vida.
Mi último amante era diez años más joven que yo. Su situación personal le había obligado a madurar demasiado deprisa, y entender ciertas verdades absolutas sobre la vida que la mayoría de la gente no descubre hasta que ya ha acumulado demasiada experiencia.  Sin embargo aún tenía en la mirada ese brillo propio de los 20 y la ilusión por comerse el mundo y  mejorar las cosas.
Quería ser escritor, y no lo decía de boquilla para hacerse el interesante. Realmente quería hacer algo bello y se dejaba el pellego en ello con un fervor que a mi sobrepasaba. Le quitaba horas al sueño para leer o escribir y bastaba que me fuese un momento al baño para cuando volvía encontrarmelo anotando en un cuaderno.
Fue esa pasión trabajando por su sueño, y que yo creía perdida en mi, lo que me encandiló. Nigún otro me ha hecho  sentir que yo valía tanto. En nuestra primera semana juntos me dio más haciendome ver todo lo que yo tenía para ofrecer al mundo que todos los hombres que había conocido hasta entonces juntos hablandome de estabilidad y futuro.
El día que tuvimos que despedirnos con el corazón en la boca me dijo que me recordaría siempre, incluso en la vejez. En aquel momento, cuando le escuché, pensé  que le quedaba tanto por descubrir, hacer y experimentar en esta vida, que apenas pusiese los pies en su casa al otro lado del charco yo me quedaría  como  una sombra en el recuerdo de su breve estancia en España que se disiparía sin remedio con los años, pero dejándome llevar por una escena que estaba a caballo entre el romanticismo dramático y la patética cursilería  le respondí que yo también me acordaría de él siempre, cuando fuese muy  vieja y  aunque heredase el alzheimer de mi abuela paterna.
Entonces me miró fijamente y me dió una de esas contestaciones tan suyas  que a mi me dejaban clavada en el sitio; “Eso es imposible, tu nunca vas a envejecer”.
Lo dijo con tanta seguridad y firmeza que no quedó lugar para la duda y así lo creí.
Desde entonces ya no me importa que mi vida no se ajuste a los cánones estipulados y me dan igual mis supuestos fracasos,  cada año que he vivido más allá de los 27 es un regalo no esperado y al  haber sobrepasado esa frontera yo ya he triunfado.Tampoco me importa que de ahora en adelante algunas personas se olviden de mi.
Quien sabe, quizás algún día cuando  me crea sin tiempo, pierda la capacidad de asombro y deje de ilusionarme con las cosas más tontas, me caigan todos los años que he esquivado de golpe sobre el alma y entonces me entre una necesidad urgente de ajustarme al criterio estipulado y ser la chica más admirada  del baile.
Hoy que acabo de descumplir los 31, escucho un nuevo pájaro en la cabeza.


domingo, 25 de septiembre de 2011

En el suelo

He perdido más tiempo revisando las postales
sobre las paredes de este cuarto
que contando tus lunares,

y he puesto más empeño
en no arrugar la camisa al desnudarme
que en aprenderme tu cuerpo
mientras nos sorbíamos el tuétano


(Otra vez… bajo otras sábanas…
destilando otra piel que no me sabe nada
otro sábado más.)

Como cada noche que lo intento, a la orgía
llegó sin ser invitado un recuerdo,
y tu colchón es demasiado estrecho
para que descansemos los tres.

(Desde que me alimento solo de lo que ya  tengo
no hay conquista sin hemorragia de culpa
ni beso que no me golpee en la sien.)

No quiero tener que recordar tu nombre por la mañana
ni encontrarme con el pelo revuelto
desayunando tu aliento
empapado en el café.

Me voy  a tientas por este  pasillo,
cierro  la puerta de tu piso compartido
y con el golpe cae  el camino de retorno
para despertar contigo.

Entonces me doy cuenta;
                me he dejado la ilusión y las bragas en el suelo,
                                                   justo al lado de tu cama.



viernes, 16 de septiembre de 2011

I hate the "take away"


El rito comenzaba extendiendo una hoja de periódico sobre el hule de la mesa, justo  al lado de la caja de latón rojo.  Luego se habría el saco del café. Y allí venía el primer golpe del aroma; denso, compacto, como aprisionado en cada grano.
Mi abuelo se sentaba con el molinillo amarillo sobre el regazo y empezaba a moler, dando vueltas con fuerza a la manivela y dejando el café ya hecho polvo sobre la hoja de papel. Yo notaba como el olor se trasformaba en algo  más intenso y volátil, inundando por completo la sala, hasta que mi abuelo  daba por terminada la faena y lo guardaba en la caja de latón.
En ese momento aparecía en escena mi abuela, abriendo de nuevo la caja para tomar un puñado y poner el puchero al fuego, (…y ese olor que de nuevo cambiaba, más ligero, más suave, ya líquido…) lo pasaba   por un colador de gamuza y servia dos tazas. Se lo bebían  los dos juntos, sin prisa,  a sorbitos, al lado de la estufa o en el portal. Él con un chorro de aguardiente, ella con dos cucharadas de azúcar.
Cuando aún tenía que oír eso de  “los niños no deben tomar café”, descubrí ese sabor amargo chupándome el dedo y sumergiéndolo en la montaña de polvo tostado que se formaba sobre el  periódico.
Un día a mi abuelo le empezaron a temblar las manos y ya nunca más volvió a moler.
De aquellas tardes sentada a su lado, en las que se dedicaba a pulir el grano para destilarlo, me viene la idea de que el café debe tomarse despacio, porque algo que lleva tanto trabajo merece que le dediquen su tiempo para disfrutarlo. Como si fuese una versión occidental de la ceremonia del té, cuya filosofía reza que no debe tomarse a la ligera porque es una celebración de que cada instante en la vida es único e irrepetible, y que merece que uno se detenga un momento para apreciarlo.
Y ahora me entero de  que el café sirve para despejarse y hay que tomárselo a la carrera en los descansos.
En la ciudad cada vez hay más  locales de mostrador sin sillas donde te sirven en vaso desechable con tapa plástica. A mi me sigue gustando fuerte, en taza de cristal o porcelana, y hacer ruido con la cucharita cuando lo remuevo.
Mientras los demás equipan su cocina con una máquina  express de café en capsulas yo me niego a enchufar nada, y a falta de puchero sigo poniendo al fuego la cafetera italiana, y cada taza, de algún modo, es una continuación de aquel rito iniciado por mi abuelo en mi infancia.
Yo no se tomar café si no está rodeado de cierto halo de liturgia, como una buena sobremesa, arreglar el mundo con los amigos, leer el periódico una tarde de domingo o desayunar contigo.






martes, 13 de septiembre de 2011

Completapentagrama de vos

Eres…

El último periodo de la tarde
Un sitio poblado de acerolos
Alimento para pájaros
Piel de marta
Onda del mar
Origen de las palabras, razón de su existencia
Adverbio de afirmación
Punto cardinal
Poema lírico
Tercera nota musical
 … Hogar

(todos los "versos" de este poema son definiciones de un crucigrama, en un intento por demostrar que la poesía puede encontrarse en cualquier parte)

viernes, 9 de septiembre de 2011

Monólogo monosilabico

Ven a mí con un ron y sin sed. Ya ves, ¡que vil!
Dios… tu tal fiel… (mi mar), y yo tan gris… (tu cal).
Bien, no es un don, lo se, ¡que más da!; que qué mal, que hay de mi lo que fui, que si tal… ¡En fin!
El sol no va ya tras el tren, ni yo tras tu piel. Hoy vi que el bar me da la luz, la paz y la sal, que tú no me das.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Domingo por la mañana mientras tu duermes




Demasiadas cosas

Tengo que desprenderme de demasiadas cosas;

De mi ropa vieja y mis botas de invierno
De la fotografía de fondo de pantalla
De un cepillo de dientes olvidado
Del polvo
De una mancha de vino sobre el tapiz
De un par de cartas que me entregaron en mano
De canciones que me llevan a rincones donde ya no puedo ir
De los jueves
De tres cajas de pastillas
De ese número de teléfono
De una entrada de cine
De un “te quiero” que no dije
De varios poemas que escribí
De las notas de la nevera
De mi libro de Walt Whitman
De las ganas de estar sola
De una chaqueta  sin  botones
De mi lado de la cama
De la nostalgia
De esta maldita ausencia en el sofá…

Y mientras no me deshaga de todas esas cosas…
                                                 
                                                              no voy a tener  sitio para ti.



lunes, 5 de septiembre de 2011

Dime quién eres

Quiero conocerte. Saber cómo fue tu infancia rastreando tus cicatrices de patio de recreo, la historia de tu familia al observarte poner la mesa, si eres un solitario por tu postura al dormir.
Quiero saber que estás feliz conmigo porque no tienes prisa por irte después del desayuno, cómo te van las cosas dependiendo de si te afeitas, leer tus sueños en los posos de tu  café.
Tan solo deseo que me cuentes ...
Lo de hablar, si quieres, mejor lo dejamos para después de conocernos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Y hablando de nosotros



Y tu me hablabas de que en tus escasas primaveras llovía frío, y que la ciudad más aburrida del mundo era un cementerio de bicicletas. De las acampadas con osos al final del deshielo, de lo pronto que cerraban los bares, de los domingos de cine clásico y resaca, de tu intento fracasado de aprender italiano, de los libros que habías leído esperando en los  hospitales, de tus canciones escritas durante las noches de insomnio y  los viajes, de las veces que te habías mudado de apartamento y de los países por los que  te habían abandonado tus amantes…
(Y a mi no me salían las cuentas para una vida tan corta y tantas experiencias…)
Y yo te hablaba del norte, de mi lengua, de los poetas de la guerra y de porqué ya no emigran las cigüeñas… (Porque me daba vergüenza que supieras, que a pesar de los años que te llevaba de ventaja, me sobraban los dedos de una mano para contar las noches que no había dormido sola antes de que tú llegaras…)
Y hablando de ti y de mí nos encontramos de pronto, siendo nosotros. (Es que fuiste tu el primero que se enamoró de mi voz, y el único que reparó  en esa manía mía de arrastrar la copa de vino por la mesa cuando me intimidaba la conversación)
Y llegó sin darnos cuenta el caminar prendida de tu altura y  los besos sobre los charcos. Y los silencios en los bares, las largas charlas en la cama, y desabrocharnos sin prisa la camisa para desprendernos  del corazón.
Entonces una mañana, al despertarte conmigo,  me susurraste al oído que era muy linda cuando dormía. Y yo no pude fingir que me creía que era así como me veías. Y al pedirte  que no dijeses cursilerías quisiste demostrarme que el espejo estaba a tu favor.
Después, una tarde de ceniza en los cristales,  revisando en mis estanterías, me dijiste que era   inteligente, y esquivaste todos    mis argumentos cuando intenté sacarte de tu error.
Otro día, al hablarme de tu infancia, te enredaste con las palabras y te perdiste en una historia demasiado caótica y larga. Me quedé abrazada a tu regazo escuchando sin interrumpirte, y al finalizar con dificultades tu relato exclamaste que no existía nadie que tuviese más paciencia que yo… y en eso si que te di la razón.
Porque es verdad que mi única virtud es la paciencia, por eso  no pierdo la esperanza de que aparezcas un martes cualquiera ante mi puerta  cuando el reloj marque las seis. Pero por si acaso la vida  te lo pone  difícil  para que vuelvas, aquí sigo, echando mis cuentas, para saber por cuanto me saldría visitar la ciudad más aburrida del mundo hecha  un cementerio de bicicletas, mientras llueve frío en  tu próxima  primavera.