domingo, 25 de septiembre de 2011

En el suelo

He perdido más tiempo revisando las postales
sobre las paredes de este cuarto
que contando tus lunares,

y he puesto más empeño
en no arrugar la camisa al desnudarme
que en aprenderme tu cuerpo
mientras nos sorbíamos el tuétano


(Otra vez… bajo otras sábanas…
destilando otra piel que no me sabe nada
otro sábado más.)

Como cada noche que lo intento, a la orgía
llegó sin ser invitado un recuerdo,
y tu colchón es demasiado estrecho
para que descansemos los tres.

(Desde que me alimento solo de lo que ya  tengo
no hay conquista sin hemorragia de culpa
ni beso que no me golpee en la sien.)

No quiero tener que recordar tu nombre por la mañana
ni encontrarme con el pelo revuelto
desayunando tu aliento
empapado en el café.

Me voy  a tientas por este  pasillo,
cierro  la puerta de tu piso compartido
y con el golpe cae  el camino de retorno
para despertar contigo.

Entonces me doy cuenta;
                me he dejado la ilusión y las bragas en el suelo,
                                                   justo al lado de tu cama.



viernes, 16 de septiembre de 2011

I hate the "take away"


El rito comenzaba extendiendo una hoja de periódico sobre el hule de la mesa, justo  al lado de la caja de latón rojo.  Luego se habría el saco del café. Y allí venía el primer golpe del aroma; denso, compacto, como aprisionado en cada grano.
Mi abuelo se sentaba con el molinillo amarillo sobre el regazo y empezaba a moler, dando vueltas con fuerza a la manivela y dejando el café ya hecho polvo sobre la hoja de papel. Yo notaba como el olor se trasformaba en algo  más intenso y volátil, inundando por completo la sala, hasta que mi abuelo  daba por terminada la faena y lo guardaba en la caja de latón.
En ese momento aparecía en escena mi abuela, abriendo de nuevo la caja para tomar un puñado y poner el puchero al fuego, (…y ese olor que de nuevo cambiaba, más ligero, más suave, ya líquido…) lo pasaba   por un colador de gamuza y servia dos tazas. Se lo bebían  los dos juntos, sin prisa,  a sorbitos, al lado de la estufa o en el portal. Él con un chorro de aguardiente, ella con dos cucharadas de azúcar.
Cuando aún tenía que oír eso de  “los niños no deben tomar café”, descubrí ese sabor amargo chupándome el dedo y sumergiéndolo en la montaña de polvo tostado que se formaba sobre el  periódico.
Un día a mi abuelo le empezaron a temblar las manos y ya nunca más volvió a moler.
De aquellas tardes sentada a su lado, en las que se dedicaba a pulir el grano para destilarlo, me viene la idea de que el café debe tomarse despacio, porque algo que lleva tanto trabajo merece que le dediquen su tiempo para disfrutarlo. Como si fuese una versión occidental de la ceremonia del té, cuya filosofía reza que no debe tomarse a la ligera porque es una celebración de que cada instante en la vida es único e irrepetible, y que merece que uno se detenga un momento para apreciarlo.
Y ahora me entero de  que el café sirve para despejarse y hay que tomárselo a la carrera en los descansos.
En la ciudad cada vez hay más  locales de mostrador sin sillas donde te sirven en vaso desechable con tapa plástica. A mi me sigue gustando fuerte, en taza de cristal o porcelana, y hacer ruido con la cucharita cuando lo remuevo.
Mientras los demás equipan su cocina con una máquina  express de café en capsulas yo me niego a enchufar nada, y a falta de puchero sigo poniendo al fuego la cafetera italiana, y cada taza, de algún modo, es una continuación de aquel rito iniciado por mi abuelo en mi infancia.
Yo no se tomar café si no está rodeado de cierto halo de liturgia, como una buena sobremesa, arreglar el mundo con los amigos, leer el periódico una tarde de domingo o desayunar contigo.






martes, 13 de septiembre de 2011

Completapentagrama de vos

Eres…

El último periodo de la tarde
Un sitio poblado de acerolos
Alimento para pájaros
Piel de marta
Onda del mar
Origen de las palabras, razón de su existencia
Adverbio de afirmación
Punto cardinal
Poema lírico
Tercera nota musical
 … Hogar

(todos los "versos" de este poema son definiciones de un crucigrama, en un intento por demostrar que la poesía puede encontrarse en cualquier parte)

viernes, 9 de septiembre de 2011

Monólogo monosilabico

Ven a mí con un ron y sin sed. Ya ves, ¡que vil!
Dios… tu tal fiel… (mi mar), y yo tan gris… (tu cal).
Bien, no es un don, lo se, ¡que más da!; que qué mal, que hay de mi lo que fui, que si tal… ¡En fin!
El sol no va ya tras el tren, ni yo tras tu piel. Hoy vi que el bar me da la luz, la paz y la sal, que tú no me das.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Domingo por la mañana mientras tu duermes




Demasiadas cosas

Tengo que desprenderme de demasiadas cosas;

De mi ropa vieja y mis botas de invierno
De la fotografía de fondo de pantalla
De un cepillo de dientes olvidado
Del polvo
De una mancha de vino sobre el tapiz
De un par de cartas que me entregaron en mano
De canciones que me llevan a rincones donde ya no puedo ir
De los jueves
De tres cajas de pastillas
De ese número de teléfono
De una entrada de cine
De un “te quiero” que no dije
De varios poemas que escribí
De las notas de la nevera
De mi libro de Walt Whitman
De las ganas de estar sola
De una chaqueta  sin  botones
De mi lado de la cama
De la nostalgia
De esta maldita ausencia en el sofá…

Y mientras no me deshaga de todas esas cosas…
                                                 
                                                              no voy a tener  sitio para ti.



lunes, 5 de septiembre de 2011

Dime quién eres

Quiero conocerte. Saber cómo fue tu infancia rastreando tus cicatrices de patio de recreo, la historia de tu familia al observarte poner la mesa, si eres un solitario por tu postura al dormir.
Quiero saber que estás feliz conmigo porque no tienes prisa por irte después del desayuno, cómo te van las cosas dependiendo de si te afeitas, leer tus sueños en los posos de tu  café.
Tan solo deseo que me cuentes ...
Lo de hablar, si quieres, mejor lo dejamos para después de conocernos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Y hablando de nosotros



Y tu me hablabas de que en tus escasas primaveras llovía frío, y que la ciudad más aburrida del mundo era un cementerio de bicicletas. De las acampadas con osos al final del deshielo, de lo pronto que cerraban los bares, de los domingos de cine clásico y resaca, de tu intento fracasado de aprender italiano, de los libros que habías leído esperando en los  hospitales, de tus canciones escritas durante las noches de insomnio y  los viajes, de las veces que te habías mudado de apartamento y de los países por los que  te habían abandonado tus amantes…
(Y a mi no me salían las cuentas para una vida tan corta y tantas experiencias…)
Y yo te hablaba del norte, de mi lengua, de los poetas de la guerra y de porqué ya no emigran las cigüeñas… (Porque me daba vergüenza que supieras, que a pesar de los años que te llevaba de ventaja, me sobraban los dedos de una mano para contar las noches que no había dormido sola antes de que tú llegaras…)
Y hablando de ti y de mí nos encontramos de pronto, siendo nosotros. (Es que fuiste tu el primero que se enamoró de mi voz, y el único que reparó  en esa manía mía de arrastrar la copa de vino por la mesa cuando me intimidaba la conversación)
Y llegó sin darnos cuenta el caminar prendida de tu altura y  los besos sobre los charcos. Y los silencios en los bares, las largas charlas en la cama, y desabrocharnos sin prisa la camisa para desprendernos  del corazón.
Entonces una mañana, al despertarte conmigo,  me susurraste al oído que era muy linda cuando dormía. Y yo no pude fingir que me creía que era así como me veías. Y al pedirte  que no dijeses cursilerías quisiste demostrarme que el espejo estaba a tu favor.
Después, una tarde de ceniza en los cristales,  revisando en mis estanterías, me dijiste que era   inteligente, y esquivaste todos    mis argumentos cuando intenté sacarte de tu error.
Otro día, al hablarme de tu infancia, te enredaste con las palabras y te perdiste en una historia demasiado caótica y larga. Me quedé abrazada a tu regazo escuchando sin interrumpirte, y al finalizar con dificultades tu relato exclamaste que no existía nadie que tuviese más paciencia que yo… y en eso si que te di la razón.
Porque es verdad que mi única virtud es la paciencia, por eso  no pierdo la esperanza de que aparezcas un martes cualquiera ante mi puerta  cuando el reloj marque las seis. Pero por si acaso la vida  te lo pone  difícil  para que vuelvas, aquí sigo, echando mis cuentas, para saber por cuanto me saldría visitar la ciudad más aburrida del mundo hecha  un cementerio de bicicletas, mientras llueve frío en  tu próxima  primavera.