miércoles, 22 de febrero de 2012

Contradicciones

…I contradict myself,
(I am large, I contain multitudes.)
Walt Whitman

Trenzando el azar y la rutina (en el momento menos oportuno)
tropiezo con los versos  que  recitabas.
Vislumbro entonces tu sonrisa,
la precisión de tus dedos en mi nuca o la guitarra,
y ese infierno escarchado de tu pupila dilatada, que tiembla tras el agua.
Como cada vez que una casualidad tan minuciosa
te retorna (sin permiso) a mi pecho y la memoria,
conjeturo acerca de la huella o el polvo
que de mí en ti  habrá quedado.
Y es mi yo más inseguro e inestable, (ese del que reniego frete a todos),
este carácter exasperadamente ciclotímico,
el que en un imparable sístole y diástole
me lleva de uno a otro extremo del continuo,
haciéndome pasar del “todavía te duelo”, al “nunca te he importado”,
del  “creo que no he significado nada” al “estoy segura, soy lo mejor que te ha /pasado”.
Y me elevo y me derrumbo…
sin tener muy claro si lo correcto es apretar los dientes
o espantar las moscas con la mano.

Repaso, pues, todas nuestras horas
en busca de aquel detalle apenas perceptible
que incline la balanza de uno u otro lado.
Pero también nosotros, (que nos encontramos con la herida aún sangrante
y parecíamos tenerlo tan claro)
fuimos una contradicción constante,
que inconscientes tras el primer beso, nos precipitamos
del “no puedo pasar la noche contigo” al “quiero dormir a tu lado”,
del “deberíamos ver a otros” al “me basta con quitarte la camisa”,
del “esto es solo una aventura” al “que voy a hacer cuando te vayas”,
del “ahora me río porque tienes miedo y te protejo”
al “ahora soy yo el que llora como un refugiado entre tus brazos”…

Sin una conclusión certera, es esta incapacidad para definirnos
lo que me hace pasar del “esta noche con cualquiera”
al “no volverá  a tocarme nadie”
cuando me columpio entre el quiero
pero no puedo olvidarte.
Porque olvidar (si hablamos de emociones y no de meros datos),
no consiste, como cree la mayoría, en borrón y página en blanco.
El olvido es un vacío tan impreciso que debemos llenarlo
con   el tacto de nuevas pieles y otros golpes en el pecho
para que no  arañe el hígado y las pestañas.
Por eso cuando se es joven (y la pérdida duele intensamente)
se suplen rápido los amores de verano o la universidad,
y no es hasta que uno se hace viejo,
y sabe con certeza que no va a ser conquistado en la barra de los bares
o a la salida del trabajo,
cuando regresa a morderle  la nostalgia de los besos  tras la verbena
o de aquella muchacha española que conoció en un viaje de intercambio.
Y yo he envejecido tanto… de repente esta mañana,
cuando me ha despertado el fantasma de tus manos
posado sobre las caderas…

 A falta de argumentos que me salven de esta contradicción,
(sístole y diástole de cada día),
suspendida entre lo conveniente y lo añorado,
permanezco inmóvil y ridícula ante una nueva disyuntiva;
En menos tiempo del que me llevaría exhalar el aire que hoy me oprime,
con un movimiento sutil de mi índice sobre el teclado
puedo hacer que este mensaje cruce la frontera,
sobrevuele el océano, alcance aquella orilla
y se despliegue junto a tu diccionario.
Un gesto que exige la misma fuerza o voluntad
que arrastrar una moneda o rascarse la ceja.
Y eso es lo único que me separa,
de decirte o no decirte, (de que sepas o no sepas)
que aún te quiero.
Aunque tú ya no me quieras…
o no me quieras, todavía.





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